domingo, 3 de mayo de 2009

El tren de los locos

Aquí viene invariablemente el tren de los locos, tambaleante pero seguro, viene por vos, te subís o te quedas, no ve pero siente. Naturalmente te llama la atención, como a cualquier otro lo haría, se encuentra repleto de imágenes indefinibles y de pasajeros entusiasmados.

El primero de los vagones que pasa a tu lado aparenta normalidad, como cualquier vagón en el que hayas estado antes. El segundo sufre una mutación, leve pero innegablemente presente, se vuelve algo extraño pero con notables rastros de sentido y pertenencia.
El tercero deja verse más similar al primero, aunque de otro color, un color que se ve formado por una mezcla de determinados matices y por ninguno a la vez. El cuarto es un conjunto de sonidos, alaridos y risas desencajadas de felicidad y angustia, sonando simultáneamente, gritos y carcajadas que no tienen un único registro ni una única voz, a todo esto vos seguís a un costado del camino, con miedo pero interés, incapaz de cerrar los ojos.
En el quinto de los vagones hay varias figuras que bailan y que corren sobre el techo y trepan por las paredes. El sexto tiene una textura y aroma únicos y que, por alguna razón sólo conoces vos y nadie más que vos, indescriptibles, hermosas.
El séptimo se encuentra compuesto por esculturas y estructuras de todas las épocas, géneros y estilos, de todos los lugares del mundo y del no mundo. El octavo vagón tiene en su interior individuos que conocés, personas que formaron y forman parte de tu vida, amigos, amores y familiares que te ven y te sonríen con una mueca cariñosa como a alguien que se encuentra en algún lugar lejano y no volverá jamás, quedando atrapado en su propio mundo, indefectiblemente en sus propios sueños.
El noveno se encuentra repleto de espirales sin principio ni fin aparente, de sin sentidos, de figuras tontas e inacabadas. Cuando te enfrentas con el siguiente y último vagón te sorprendés al ver que es asombrosamente igual al primero, que lo que lo diferencia es que sólo se pueden distinguir unas palabras grabadas a su costado, reconocés que aquellas palabras corresponden a tu nombre y como no podía ser de otra manera reconocés que es tu vagón, reconocés que es tu tren, y que sólo te queda subir.

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